MI
NOVIA ES UN ANDROIDE
El
antro estaba casi vacío de clientela y tenías de todo tipo: del este, mulatas,
caribeñas, rubias, altas, cubanas, tetonas, flacas, brasileñas, americanas,
rusas, asiáticas, negras, jóvenes, maduras… un verdadero edén.
Me tome una pastilla de extásis acompañada de
un zumo de melocotón y todo empezó a dar vueltas. Yo era un cowboy y esa era mi
noche.
Me desplace de cadera en cadera, de seno en
seno, hasta que mis manos rozaron una piel que no parecía piel. Una voz distinta
no distinguible de todas las voces de todos los ecos que me garantizaban sexo y
placer.
Difícil
decir como llegué allí. Era una de mis escapadas a Las Vegas cuando se vendía
bien uno de mis libros iba a quemar el dinero. La ruleta, el casino. Consuelo y
fracaso de todo bohemio, pero nada. Esa piel, esa voz… Me suscitaron tierna
erección.
Una de
las putas me susurro
-Déjala, no es normal.
Aquello
suscitó más mi encendida pasión por aquel misterio de mujer.
Entable conversación con aquel prodigio de belleza
e inteligencia pues conocía a todos los autores que le nombraba y citaba frases
y párrafos enteros. ¿Cuánto valdría una noche con aquel ángel que terminaba
versos que yo recitaba que cada contestación suya era la perífrasis de lo que
yo deseaba oír?
Todas
las demás furcias se miraban pues conocían de las dadivosas propinas que
dejaba. A una rusa a la que tenía encoñada y que en un tiempo hizo latir
sobremanera mi corazón a la que ansiaba ver desde hace tiempo y que por hacerme
el duro sólo había intercambiado un par de susurros con ella. Se puso delante
de mí y me soltó la tía.
-
Es un androide.
Oyes un androide
-
Aparta Olga estás
loca.
Mire al barman todo daba vueltas alrededor de
ella la llamada androide. Todo alrededor de ella como si fuera el centro de una
espiral donde se encuentra el placer y la verdad suprema y yo, claro está,
quería llegar a ella.
Me quite de en medio a Olga y me dispuse a
adentrarme con mi nueva amiga, con el reflejo de mi alma hecho cuerpo de mujer
antes tome un chupito de whisky. Ella no bebió, pero de alguna forma entendió
el gesto de beber antes del fornicio y palpó mi erecto pene cuando, a la vez,
ya estaba decidido. Ninguna mujer me hubiera leído también el pensamiento,
ninguna como sólo ella lo supo hacer.
En la recepción me dieron sábanas y condones.
Aunque ella tiro los profilácticos mientras subíamos las escaleras.
Entramos. Me cogió de la mano y nos sentamos.
Nos besamos y sus labios eran finos, su lengua de azahar que desprendía un olor
a vainilla que termino por embriagarme
pero su boca no genera saliva, aunque era húmeda y suave y tierna. Hicimos el
amor, suavemente, dulcemente. La luna nos cantó el flamenco del amanecer y al
pasar la hora de la cuenta inspirada por el Amor. Me dijo
-
Sal por la
ventana yo me desharé del maldito proxeneta que no me dejará más revolotear con
mis manos tu pelo revuelto.
Salí por la ventana, no sin complicaciones.
Rompiéndome por un lateral los pantalones y mi americana se enganchó en un
saliente que me desgarró la manga y me hizo caer de culo.
Desde
afuera oí la discusión con el máximo pez gordo del puticlub más lujoso de Las
Vegas, Isaac Nobel. Conocía personalmente al tipejo este.
-Baltimore esto te va a salir por un ojo de la
cara (pero yo no estaba allí) Maldito androide que has hecho con Baltimore puta
furcia informatizada ¿dónde está?
-se ha ido (dijo)
-¿Cómo qué se ha ido?
en ese momento Nobel sacó la cabeza por la ventana y me dijo.
- Baltimore esto te costara una buena paliza.
Me da igual de lo que vayas metido esta vez.
- Cállate Nobel le dije (sabía que me iba a
caer una buena, pero el pedo, la situación y ella, sobretodo ella)
-Cerdo de mierda es mi hombre y yo no soy tu
esclava (se oyo desde arriba y acto seguido lo cogió por el cuello y lo
estranguló)
Se oían grititos.
Puta ahhhhgggg, androighhhdeghhhh, de
mierdaagggggh
Yo no entendía aún lo de androide pero su
chorrete no había lubricado casi nada en el coito. Se me ocurrió algo para una
novela: Un niño saboreando un caramelo con forma de perro de color fucsia. No
sé pregunten porque pensé esto.
Mientras Isaac Nobel yacía muerto en el alféizar de la ventana. Le dije
a la mujer que le había asesinado, con la que me había acostado hace unas
horas.
-¿Cómo te llamas?
- Corre (dijo ella) y de un salto se puso a mi
lado.
-Joder, ¿cómo lo has hecho?
-eso no importa. Pronto se enterarán.
- Ya, ya y Nobel es el más gordo de los peces
gordos, joder, joder…. La hemos cagado pero bien.
-Lucy ¿te puedo llamar Lucy?
- Mejor llámame Lucy Kilrush. Lo de Kilrush
por el pueblo. Yo que sé ¿No sé dice eso en las pelis? (dijo nerviosas) Vamos a
tu coche (Me espetó a continuación)
-Sí, sí (dije yo pero al momento me entró el
canguelo y dije. Bueno ¡bah! Yo no puedo conducir. Voy a quedarme aquí a que me
peguen cuatro tiros. Siempre he soñado con morir en las Vegas.
-Dame las llaves conduciré yo
¿Tú?, Vale.
Nos subimos los dos. Agarró el coche lo
arrancó y en un momento puso mi Ford Orión a 200. Nunca lo había puesto yo así
jamás, Pronto salimos de Las Vegas y nos
dimos cuenta de que teníamos compañía. Los chicos de Nobel nos pisaban los
talones, conduciendo sus Mercedes alemanes. Yo no paraba de gritar excitado por
una especie de locura. La locura que te da cuando crees que se acaba todo, esa
locura que les entra a los ancianos en los hospitales y les hace encomendarse a
Dios. Yo rogaba a la virgen a los santos, a Buda a Visnú, mientras Lucy seguía
igual. Sin un rasgo del más mínimo temor. Los disparos silbaban a derecha e
izquierda y un par llegó a romper la cristalera trasera y una bala pasó rozando
mi lóbulo derecho de la oreja. Por suerte no atinaron a darnos a las ruedas. El
coche conducido por la misteriosa mujer a la que amaba, daba tumbos por la
carretera. Así estaríamos cosa de un par de kilómetros que a mí me pareció más
largo que el recorrido del transiberiano. Hasta que nos paró la policía, pobrecillos
no les dio tiempo ni a darnos el alto. En cuanto salieron del coche la mafia
les soltó una ráfaga que los dejó temblando, muertos, inertes, sin presente,
sin futuro, ya sólo pasado. Lucy salto del coche y cogió una recortada y como
Rambo en Vietnam o Aquiles en la Illiada, lo que en este caso no era la espada
el arma homicida sino un subfusil de los federales. Acometió ella sola con los
dos coches. Uno a uno iban saliendo. Uno a uno iban cayendo, en total
fenecieron 4, el resto ¡Quién sabe cuantos serían. Por lo menos la mitad del
grupo supongo yo. Me llegué a mear del susto… se fueron en los coches, el Ford
Orión estaba para el arrastre.
Así que cogimos uno de sus Mercedes de alta
gama que no tenía parabrisas y nos encaminamos por el desierto. La arena se me
metía en los ojos y me hacía llorar. Ella ante este percance también parecía
inmune y mientras yo miraba la mancha de orina en mis pantalones y pensando que
tipo de mujer es ésta. Pasado ya el pedo del extasis me quedé dormido con un
viento que me acariciaba los párpados y me hacía creer en el tormento pero
también en la dicha y en un viaje ¿sabe Dios adónde? Sin rumbo, hacia ninguna
parte.
Cuando
me despertó Lucy estábamos a unos cientos kilómetros de las Vegas, en Kidgam. A la entrada de la pequeña ciudad dejamos nuestro Mercedes, pues no sería correcto ir con un
coche de la mafia y sin parabrisas recorrer la ciudad. Lucy me dijo que por casualidad, destino o azar no nos
había parado la bofia. Yo resacoso, todavía me congratulé y le dije que
teníamos que encontrar una tienda de coches y comprarme unos pantalones. Así
fue que nos adentramos en la ciudad como pareja y tomamos unos sandwiches y
unos cafés en el barrio Hispano. Ella no comió nada y se excusó por ello y me
dijo que tenía tantas cosas que contarme, que me parecerían increíbles. Yo le
acaricié la mejilla y la besé en los labios y le dije que me lo contara más
adelante que en esos momentos lo que nos urgía era comprar un coche nuevo. Así
que anduvimos un largo trecho hasta que vimos un concesionario al aire libre.
Regentado por un hombre con un traje de marca, bigotes y gafas. Nos preguntó si éramos marido y mujer y yo
por echarme el pegote delante de ella, dije que sí. A lo que ella respondió. Sí
soy la señora Baltimore. Compramos un vehículo con el que pasar desapercibidos
aunque como tenía dinero me quedé prendido de una ranchera de segunda mano. Al
final compramos un cadillac Dodge, segunda mano, y nos dirigimos rumbo a
México. Ya estábamos en camino cuando Lucy paró el coche, en un punto a mucha
distancia de cualquier pueblo habitado y me dijo.
-Baltimore, tengo que decirte una cosa
- Puedes llamarme Richard, que es mi nombre de
pila.
- es difícil lo que pretendo contarte. No sé
si lo comprenderás
- Dispara cariño, soy todo oídos para tus
dulces palabras
- Bien te lo diré si así quieres. No soy
humana
- Eso ya lo sabía, eres tan especial. Tendrás
manías como tomar agua con el café pero tu corazón es el más humano que
conozco. Mira que aventurarte conmigo en este viaje sin retorno. Eres la mujer
fantástica y yo un pescador dormido que ha pescado en la tierra lo que no creía
que estaría en el somnoliento río.
- No entiendes nada. Soy un androide, un
robot. Me hicieron en el Japón para dar placer a los hombres una especie de
muñeca hinchable y probaron conmigo toda clase de vejaciones. Hombres de ojos
achinados y gafitas. Claro uno jugando a ser Dios me puso conciencia y entonces
me volvieron a hacer cosas que no quería y qué no olvidaré y sufría, sufría
mucho. Luego me vendieron a Nobel y luego te conocí a ti en la barra, con tu
americana raída y tus pelos de loco y me enamoré y te quiero.
- ¿lo dices en serio?
- ¿El qué?
- EL que me quieres
- Sí
- Entonces da igual. Nadie es perfecto
- Ja,ja,ja (los dos)
- Esto me recuerda con faldas y a lo loco
La besé. Ahora entendía todo lo que se me
había hecho incomprensible en una mujer normal. Tenía un corazón más puro y mi
pecho se contentaba con amarla aunque no fuera humana. Era parte de las novelas
que escribo. Y esto me dio para pensar, mientras la miraba y miraba el cielo
añil, mientras la radio escupía un rockandroll. Joder, Richard, acaso no era
este tu sueño, acaso no has leído a Philip K Dick, a Asimov, ,a Wells,al de
farenhaith 451, por cierto no recuerdo su nombre, y a aquel otro el de Marcians
Go home, Frederick Brown. Acaso no eres
feliz, antes eras feliz sin nadie a tu lado pero ahora feliz y con alguien a
quien amar la vida es cojonuda. Piensa en ello. Ahora habrá que hablar más y
follar menos ¡No todo va a ser follar! A
mi alma se le aplastan los versos que claman por salir. Pásale la mano por el
pelo y dile que la amas. Pero antes cambia esta maldita emisora.
-
Cariño voy a
cambiar de emisora que me las conozco ponen sólo un par de temas buenos de rock
y luego monsergas lastimeras o literalmente mierda. Te tengo que decir que eres
lo más bonito que me ha pasado en la vida.
Mientras decía esto le pasé la mano por el cabello.
Ella con una mirada. Avivo más aún la llama de mi candente corazón. Dimos con
una emisora en la que daban el parte meteorológico para a continuación
informar, sobre el tiroteo, la muerte de los agentes y nuestra huída y poner en
alerta a la población. Nos miramos un instante. Hasta entonces no teníamos
destino fijo pero según el comentador. La hipótesis más plausible era que nos
habíamos desplazado a Los Ángeles de donde yo soy oriundo y donde más cobertura
le podría dar. Apenas hablaron de mi última novela “pasos lánguidos” y se
limitaron a decir que yo era un escritorzuelo y ella un androide y que éramos
altamente peligrosos.
Se me
pasó por la cabeza escribir al bueno de Alfred que era de Phoenix y tener
refugio para ir a Ciudad Juárez. Pero pensé que era un bocazas y siempre le
estaba
Dando a la priva. Era buena gente pero no para
ésta ocasión. Seguimos por la carretera. Ahora teníamos que llevar cuidado con
la gente. Una vez tuve una paranoia con que la gente me perseguía . me tuvieron
que ingresar en el Hospital Universitario y ahora había que controlar la
paranoia, que por otra parte, en está ocasión era real.
¡Cuántas veces la locura te ayuda más tarde a resolver conflictos de la
vida real! Del tirón estaba claro que no íbamos a llegar vimos un pueblo, era
demasiado grande, decidimos parar en Indio. Y de allí a Mexicali estábamos a un
paso. Paramos, repostamos, compré el periódico en una máquina y seguimos el
camino. Le pedí después de mirar el
periódico. En el que no ponía nada bueno. Estaban con las elecciones generales,
noticias locales y salía también nuestras fotos y la noticia de nuestra huida.
Condujo un rato Lucy, estaba ya cansado de manejar aquel trasto, que habíamos
comprado, que por otra parte era la recontraputahostia, aquel cadillac dodge de
segunda mano, iba como la seda.
Pasaron doce horas eternas por la carretera, tal vez más. Yo soñaba ya con lo ojos abiertos en ver el
rostro de mexicanos bajitos, morenos, con bigote y muy simpáticos. Hasta que
llegamos a la frontera. Estábamos muertos de miedo. Allí volvimos a pasar por
un matrimonio de recién casados que bajaban a México de viaje de novios. Coló.
Se lo creyeron. Al otro lado de la frontera, a
salvo ya. Nos desearon en español una feliz estancia en el país azteca.
Anduvimos
dos kilómetros y nos pusimos a gritar ¡VIVA! ¡HURRA! ¡LO HEMOS CONSEGUIDO! Nos abrazamos. Pasamos de ciudad frontera y
tiramos por el desierto de Altaro hasta que dimos con un pequeño pueblo que nos
conquistó cerca del monte del Cerro Viejo. Allí paramos y le preguntamos a una
anciana entrada en carnes y años por una casa que teníamos dólares americanos.
Bueno nos presentó a su abultada prole, el menor de sus hijos frisaría lo
veinte y nos enseño una casa de adobe que fue el paraíso terrenal. Yo podría
escribir al día siguiente. Compraría una vieja Olivetti pero aquel día, además
de la casa nos ofreció la mejor marihuana que he probado en mi vida. Fumamos,
es un decir, fumé yo sólo, Lucy no podía. Y la vi como el ser más maravilloso
que he visto en mi vida. Así, ilusionado, vivo, esperanzado, con el corazón
palpitante, con las manos rebosantes de caricias en sus senos, llegó la no
noche y nos acostamos. Entablamos gran amistad con la anciana. Le comprábamos
cosas en el supermercado. Era la vida soñada. Lucy hacía tortitas y frijoles y
yo escribía: poemas de amor, algún relato, y hasta cuentos para niños. Por la noche nos amábamos con frenesí y al
amanecer nos juntábamos, nos fundíamos en uno. Que resultaban ser nuestros mil
yos. Me hubiera gustado tener una descendencia bíblica con ella, con Lucy. Una
forma de amor que prevaleciera para siempre, por los siglos de los siglos,
hasta el fin de los días, por toda la eternidad. Tal vez fuera por eso que
compramos un caballo y una yegua y los emparejamos y la yegua se quedó preñada
y pasaban felizmente los días. La yegua estaba a punto de parir el día que
estalló todo, se me rompieron lo sueños, fue una fatídica noche de abril.
Estaba encima de Lucy haciéndole el amor. Cuando me impulsó hasta el techo y me
cogió del cuello… y yo.
-
Lucy, Lucy ¿Qué
haces? Ya no podía respirar. Cuando volvió al momento del amor y me dijo.
-
Richard me tienen
controlada. ¿te acuerdas que te lo dije? He esperado que jamás llegará este día
pero hoy ha llegado. Aún tienes tiempo la señal no es muy fuerte. ¡Corre!
Desactívame tengo una pequiñísima carcasa detrás de la oreja izquierda. Nunca
te quise decir para que servía. Por miedo a que algún día te cansaras de mí. SI
la abres podrás desconectarme. Hazlo por favor, desconéctame.
-
Pero que dices
Lucy. No puedo hacer eso
-
Sí, si que puedes,
si aprecias tu vida. Hazlo o seré yo quien te mate. No puedo soportar más la
señal. ¡Corre!
Con lágrimas en los ojos y un profundo dolor
hice lo que me pedía. En el patio daba a luz la yegua dos alegres potrillos. Yo
lloré toda esa interminable noche. Pensé en el suicidio me emborraché, grité de
dolor. Al día siguiente, me levanté a la cuatro de la tarde. Pensé en contarle
mi pesar a la vieja anciana pero no lo entendería. Además que cuando me
preguntó por ella. Yo casi balbuceando, casi llorando. Le dije que estabas
mejor que nunca. Ojalá hay un cielo para los androides, pensé.
-¿Qué te pasa? Preguntó la anciana
- La alegría del parto de la yegua. Le dije
yo.
Tenía
que salir de allí. Lo que antes había sido el cielo, ora se tornaba en infierno
y fatigas. No podía soportar aquello. Me quedaban mil dólares, más mil
quinientos que saqué de la venta de los caballos. Me fui a Uruguay, a
Montevideo que es un país con mucha tradición de carreras de caballos. Les
había escogido especial cariño a estos animales. Han pasado cinco años y ahora
la relación humano androide es lo más normal del mundo. Por mi parte jamás he
querido volver a tener una relación de este tipo. Máxime cuando ahora ya es
lógico y no tiene nada de especial. La empresa creadora y distribuidora de los
androides. Le ha llamado a esclavizar al género humano.
Ahora sí, es el fin.